Este artículo de Noema presenta un gran interés de escuchar más allá del concepto «oir». Dar significado a lo que escuchas, permitiendo que todo cuanto existe tiene voz, un sonido de alguna manera único.
Por eso en lengua Kamayura, la palabra anup («escuchar») también evoca «comprender», de una manera superior a la palabra *tsak* («ver»), que solo sugiere «entender» en un sentido analítico y limitado. El exceso de dependencia de la visión se asocia con un comportamiento antisocial, mientras que escuchar bien se relaciona con formas holísticas e integradas de percepción y conocimiento.
Entre los Kamayurá, los buenos oyentes suelen ser aquellos con virtuosismo en la música y las artes verbales. Un reconocimiento especial —*maraka´ùp* («maestro de la música»)— se otorga a quienes, como Ekwa, son capaces de percibir, recordar, reproducir y relacionar los sonidos de otros seres. Esta habilidad surge tanto de un talento innato como de un entrenamiento intensivo a lo largo de la vida.
Las habilidades interpretativas de los Kamayurá son iguales o, en algunos casos, incluso superan la comprensión científica occidental. Son capaces de hacer inferencias precisas y exactas sobre qué especies u objetos emiten ciertos sonidos, así como sobre su ubicación y razón de ser. Este es un conocimiento práctico y relacional porque los Kamayurá están en un diálogo constante con la vida no humana que los rodea. Se desplazan por el bosque escuchando y conversando con animales, plantas y espíritus, diciéndoles que no tienen malas intenciones y pidiéndoles a cambio que no les hagan daño. Bastos argumenta que esta «escucha del mundo» acústico-musical —que combina la precisión de la ciencia occidental con prácticas de sintonización espiritual— es una forma de ecología sagrada.