

¿Qué es lo que asombra ante todo en las pinturas de las cuevas prehistóricas? El movimiento. Incluso el carácter extraordinariamente logrado de unos movimientos delicados: la carrera, el salto, y las miradas, las formas de sus labios… observemos los leones de Chauvet y la especie de cronofotografía que componen sus sobreimpresiones. El movimiento no consiste sólo en el desplazamiento espacial, es la transformación, la modulación, la variación, es decir, las propiedades elementales de toda forma de sensibilidad. Lo sensible moviliza las diferencias. ¿Qué es un color? ¿Y un sonido? Instantáneamente se trata de cien coloraciones, de cien o mil sonoridades. No necesito decir más: Lo sensible tiene que ver con las diferencias, se juega en ellas, por ellas, mejor aún, es su juego, y ese juego es también el de nuestra relación con el mundo y con nosotros mismos, en él y por él.
Ese juego exige que nos ejercitemos. Al ejercitarnos en él, se encuentra asimismo con la diferencia entre, por un lado, lo que capta y sostiene su exigencia, y, por otro, lo que la hiere y la defrauda. Los artistas han afrontado siempre la decepción y la herida de una sensibilidad dañada, desajustada, deteriorada. La intensidad sensible se ha sabido siempre exposición a su propia fragilidad. La verdad es también la delicadeza extrema de la aparición.
Es su evasión en lo impalpable, o su caída en la destrucción, la asfixia, la saturación o el desgarto, pues lo sensible está tejido, atravesado o bordeado por todas esas amenazas.
La diferencia tiene ese precio, y no cabe duda que todos los artistas, en todas las artes, lo han pagado siempre. Toda la dificultad y, en cierto sentido, la “improbabilidad” del “gran arte” tiene que ver con ese riesgo enorme del gesto que debe abrirse paso entre el fracaso y la complacencia.
Es difícil decidir dónde iniciar el subrayado y dónde dejar de hacerlo.
Cuando esto sucede parece que la apropiación es inminente. Del mismo modo puedes pensar en cómo es posible que alguien haya puesto palabras a lo que sientes, ni siquiera piensas, antes bien intuyes y lo hace de un modo equilibrado, claro y estructurado. Lo que tu haría a puñetazos, con discontinuidad y fragmentariamente es una idea que se extiende en cada párrafo y que se transfiere a lo largo de todo el libro.
Jean Luc Nancy aporta una claridad sobre el arte que me identifica, acompaña y conforta. Es difícil analizar y detectar con más precisión la aparición como señal que atraviesa la verdad en forma de imagen. «La apariencia degrada la aparición».